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A lo largo de nuestra vida vivimos muchos tipos de muertes, física, emocional y afectiva.

Vivir es ahora. El presente es siempre ahora, si pospones el vivir para mañana quizás sea demasiado tarde.
Estar preparado para morir es estar preparado para vivir. La consciencia de la muerte nos acerca más a una vida plena, nos proporciona una mayor motivación para vivir con entendimiento y compasión. No existe una vida plena si no podemos aceptar plenamente la muerte.
En nuestra cultura occidental nos da miedo hablar de la muerte, mucho más aceptarla.
Antiguamente la muerte estaba más presente, cuando moría un familiar, amigo o vecino, se pasaba mucho más tiempo alrededor de él, los familiares y amigos se reunían, conversaban, recordaban vivencias y rezaban juntos, era una despedida más cercana, más cálida y solidaria, había un contacto próximo que permitía a todos sentir las emociones y la vulnerabilidad que provoca toda despedida.

Nuestra sociedad da valor a las personas por lo que hacen y por lo que aparentan ser (títulos, cargos y conocimientos…), el hacer y el ser no tienen el mismo valor para todos. Debido a esta crisis de valores cada vez el vacío existencial es mayor.
Nuestra sociedad está en estrés, dispersa y enferma, se vive desde un hacer compulsivo, la mente dirige nuestra vida y reprime los sentidos.
La vida es un nacimiento y muerte constantemente, nacemos y morimos en cada etapa de la vida, pasa en la infancia, la pubertad, la adolescencia, la madurez, y la vejez y con ella llega la muerte.
Los sentimientos que afloran en los momentos de toda perdida, nos dan la oportunidad de conectar con nuestros propios miedos a morir, por no haber vivido y celebrado la vida bastante, y esto nos asusta reconocerlo.
La muerte porque implica hacernos responsables y hacer cambios que muchas veces nos pueden sacar de nuestra franja de comodidad.

El cambio nos asusta porque nos apegamos a lo conocido. Todos buscamos la seguridad falsa y pocos la felicidad auténtica.
Vivir conscientemente nos hace la vida más bella, le damos valor a las personas y usamos las cosas no las poseemos.
Si hay algo que no cambia es el propio cambio, en el mismo día hay muchos cambios, cambia la intensidad de la luz, la temperatura, los olores, sensaciones. Nuestra vitalidad no es la misma a las ocho de la mañana que a las doce o las siete de la tarde. Igualmente hay etapas que cambian, tienen que morir para dar paso a un nuevo nacimiento. Si nos negamos esto es como negarnos respirar.

Cuando alguien cambia, y esto es un proceso natural, por un lado nos da miedo que en ese cambio nos abandone, y por otro lado, el cambio del otro activa nuestros miedos de entrar en contacto con nuestra propia sombra.
El miedo siempre es el mismo, miedo a que nos dejen y no nos quieran. Nos queremos a veces tan poco, que vivimos a través del otro, y si este cambia entro en pánico por la posible perdida de su amor.
Las parejas no quieren que el otro cambie, los padres no quieren que los hijos crezcan, los hijos no quieren que los padres mueran….
Despedirnos con gratitud de las personas y cosas queridas, es muy importante, nos da paz y disponibilidad para recibir lo que llega en cada momento en nuestra vida.

Aprender a dejar partir el pasado y permitirnos tener más tiempo y energía para celebrar la vida cada instante. Aprender a conocer y gestionar tus emociones, liberarse de la culpa y el miedo.
El trabajo con meditación, trabajo corporal y centramiento ayudan a clarificar la mente y pasar a la acción compasiva.
Madu Roman
Escuela Namaste
En nuestra página «Crecimiento personal» encontrarás más artículos sobre éste tema.
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