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Acompañar a los hijos, también desde el movimiento
Se repite a menudo en las sesiones de yoga con bebés que tras realizar algunas sesiones de torsiones sobre el suelo, algunos bebés que no conseguían girar sobre sí mismos, lo hacen al cabo de unos días.
Contemplar nos inspira
Las historias de los niños salvajes nos muestran cómo aún teniendo todas las capacidades para desarrollar el habla o el caminar, necesitamos que alguien nos haga de espejo para despertar y poner en marcha estas capacidades.
Dicho de otra forma, contemplarnos los unos a los otros nos inspira y nos motiva a ir un poco más allá de lo que creemos que es nuestro límite.
Así, lo que llamamos modelos de referencia actúan como iniciadores de un proceso de desarrollo individual y único.
El desarrollo del ser humano es muy rico y complejo, abarca distintas facetas que están todas relacionadas entre sí: lo emocional, lo intelectual, lo físico, lo espiritual, lo social, lo moral, …
Muchas veces nos centramos en ofrecer modelos de comportamiento social o moral a los hijos, también cuidamos de los modelos que ofrecemos en lo intelectual y emocional, incluso en lo espiritual.
Cuidar los modelos de referencia
Sin embargo, ¿nos ocupamos de cuidar los modelos de referencia para nuestros hijos en lo corporal? En algunos aspectos sí: en hábitos de alimentación e higiene y en el desarrollo de algunas actividades físicas.
Pero si analizamos este último aspecto, el de las actividades físicas, veremos que como adultos de una sociedad occidental nuestros hábitos de movimiento están dentro de un abanico francamente reducido.
Pensemos en los movimientos básicos que realiza un niño durante su primer año de vida: rodar sobre si mismo, arrastrarse, gatear, sentarse, ponerse en pie y caminar.
¿En cuántos de estos movimientos el adulto sirve de modelo al niño? En la mayoría de los casos, en el sentarse, el levantarse y el caminar. Rodar, arrastrarse y gatear se desarrollan, en muchos casos, gracias a la información genética que trae el niño y a los estímulos exteriores que le motivan a hacerlo, pero sin el apoyo del aprendizaje por reflejo.
Me pregunto si esto puede ser uno de los motivos por el que muchos niños se saltan algunas de estas etapas. Y hoy en día ya conocemos la importancia que tienen para el desarrollo del sistema nervioso y también para el desarrollo psicológico, tal como J. Tolja, experto investigador de las relaciones mente-cuerpo-cultura, explica ampliamente en su libro Pensar con el cuerpo.
La confianza y el estar en contacto con las propias necesidades
Esto están asociados al plano horizontal de movimiento: las torsiones, que son el movimiento predominante en los primeros meses de vida, cuando el bebé gira la cabeza buscando el pezón de la madre o cuando gira sobre sí mismo.
La percepción de la propia individualidad y la necesidad de autonomía, al plano frontal: las inclinaciones y estiramientos verticales, que aparecen de forma predominante cuando el bebé empieza a reptar y a hacer movimientos de empuje.
La capacidad de actuar, de dirigirse hacia algo, de resolver los conflictos, al plano sagital: las flexiones y extensiones que aparecen de forma predominante cuando inicia el gateo y el andar.
Si los padres realizan los mismos movimientos que el niño ya ha empezado a hacer, o que está intentando realizar, encontrarán una doble satisfacción: por un lado favorecen el aprendizaje que el niño realiza al mostrase como modelos a quienes imitar y, por otro, empatizarán con el niño con mayor facilidad.
Y ¿cómo puede ocurrir esto último? Es imposible separar el cuerpo de las emociones y el pensamiento, están naturalmente relacionados.
De modo, que al realizar un determinado movimiento se activan las cualidades psicológicas asociadas. Si despertamos en nosotros el movimiento que está principalmente activo en el niño, nos será más sencillo sentir en propias carnes las cualidades que él ahora está desarrollando y, por tanto, comprender y cubrir sus necesidades – que no serán muy distintas de las nuestras – de forma intuitiva.
Tere Puig
www.nacercrecer.com
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